03 abril 2006

En busca de la sanación

Estoy en un departamento amplio e iluminado, pero creo que en otro país y no en Chile. De pronto tocan el timbre y cuando me acerco a ver, hay un par de viejos tratando de forzar la puerta que ya tienen medio abierta. La cierro y les digo que deben esperar. Como no hacen caso, grito y llamo a mi papá, quien de una patada en la cara aleja a uno de los tipos.

Impresionada por la agresividad, abro la puerta y me doy cuenta de que el hombre está muerto. Entonces lo tomo como puedo sobre mis hombros y lo lanzo entre medio de las escaleras hacia abajo, oportunidad en la que me percato que estamos en un piso alto.

Entro nuevamente al departamento y le digo a mi papá lo que ocurrió. A él no parece importarle, ya que ese hombre estaba invadiendo nuestro hogar.

Así suceden otras dos muertes de hombres, pero no recuerdo la circunstancia exacta.

Harta de lo que ocurre, le digo a mi familia que ya no quiero seguir viviendo en ese lugar, pues el recuerdo no me deja tranquila. Optamos por ir a un hotel.

El primero que visitamos está completo y en el segundo, el recepcionista nos dice que no nos puede dar una pieza. Como reclamo por su pésima atención, me dice que hable con la comisión que, en definitiva, es la que decide.

Hago la fila. Estoy con otra mujer, pero no sé quién es. Ella guardaba el lugar para que pudiera pasar de las primeras. Una vez adentro, veo a un grupo de personas. Deben haber sido más de ocho. Uno de ellos (un hombre vestido de traje azulino) me dice que le explique la situación. Le digo que quiero arrendar una pieza con mi familia, que necesito descansar porque la mente me está atormentando. Él esboza una sonrisa y me dice que lo encuentra razonable, que no me preocupe más y que ocupe una de las habitaciones. Me entrega una llave, pero no veo el número.

Salgo de la habitación y voy en busca de mi familia. Para eso debo pasar por un mall donde, nuevamente, hay una persona que muere, pero esta vez no tiene relación conmigo.

Logro llegar a donde está mi mamá y le cuento todo lo que vi y que ya tenemos pieza. Entramos a ella y comenzamos a revisar los cajones. Allí encontramos ropa, entre ellos varios trajes de baño que me pruebo. Veo uno de color concho de vino con líneas lilas y otro celeste, medio transparente. Me pruebo este último y me río.

Preguntamos si podemos acceder a la piscina, pero nos recomiendan que entremos a un lugar que tiene un nombre especial. No recuerdo cuál es, pero sí que es un líquido blanco, como leche. Dicen que es bueno para recuperar la piel y para relajarse.