17 febrero 2006

Miles de testigos


Camino y camino, y mientras ando la gente me comenta sobre mi pololo. Dicen que está en malos pasos, que es un traficante y otras cuántas barbaridades. Ya estoy harta de escuchar esas palabras y me dispongo a verificarlo.

Me encuentro con él y le reviso su billetera. Tiene varios pitos de marihuana y unos profilácticos con relieve. No entiendo nada, pero es tanto el dolor que siento que lo encaro.

Me encuentro con su mamá, quien viene llegando con un hermoso ramo de flores que me compró. Se lo agradezco y le entrego el que tenía para ella, a diferencia que el mío está marchitándose. Entonces le digo lo que averigué y sus ojos se llenan de lágrimas. No llora y sólo me dice que nunca pensó que su hijo podía hacer algo así.

Él insiste en que no es cierto y que no hay que escuchar a los mal intencionados.

Premiada



Estoy en medio de unas casas muy lindas, pero hay algo que me inquieta. Hasta ahora no sé qué es... entonces, escucho a un montón de gente que me sigue y veo como otro grupo se pone frente a mí para no dejarme subir una empinada montaña.

El primer intento que hago es inútil, al igual que el segundo, pero a la tercera vez -y en compañía de un hombre que se parece al Chino Ríos- logro llegar a la cima. Era mucho más fácil de lo que pensaba.

Una vez arriba, nos abrazamos y felicitamos por la meta alcanzada. Le comento que estoy cansada y que necesito relajarme. Él va hacia una orilla y abre la tierra de donde emergen unas especies de volcanes con aguas termales. Las cabidades son pequeñas en lo ancho, pero muy profundas.

En el cráter contínuo vea a una niña que se entretiene bajando hasta lo más hondo y luego subiendo con rapidez, pero su parte no tiene el agua repleta como la mia. Yo opto por relajarme y no mojarme la cabeza... sólo desde el cuello hacia abajo. Creí que el agua sería más caliente, pero tiene una temperatura muy agradable.