16 marzo 2006

La gran angustia

Cerca de la calle España hay un edificio colorado, creo que es un hotel. Allí, en el segundo piso, se aloja Fidel Castro, pero en su lugar está Bin Laden.

En eso veo a mucha gente que viste de negro y que tiene que tomar un avión. Entre ellos va mi amigo Ignacio, así que corro a su lado y le pido que no se vaya. Lloro mucho y le beso las manos, pero él me dice que es necesario.

Como me doy cuenta de que ya no lo puedo detener, me infiltro en el edificio y consigo que ese hombre barbón saque a su mujer y me deje en su reemplazo. Lo que no sabía es que aquella señora envejecida y de pelo canoso debe morir ante mi aparición.

Ruego e insisto que no es necesario matarla, pero la orden ya está dada.

El tumulto se ha ido y de Ignacio no tengo pista.

Entonces aparecen dos jóvenes armadas, una de ellas me hiere en el abdomen y me defiendo matando a una. Sin embargo, la otra es más fuerte que yo y me dispara nuevamente, acerca su escopeta a mi sien derecha y jala el gatillo.

Ya no veo, sólo escucho y ella dice "parece que la maté". Sin embargo, por mi mente que aún funciona sé que estoy viva.

15 marzo 2006

Todo por una ducha


Salgo a la calle en camisa de dormir. Llevo un pijama azul de satín, sobre mi hombro derecho una toalla de color claro y camino descalza rumbo a un edificio antiguo donde debo ducharme.

En el trayecto me encuentro con "el Huevo", un amigo de la infancia y que no había vuelto a ver... me saluda, me estrecha la mano y me dice que mi hermana se metió por una llave de agua. Intrigada con esta indicación, me acerco hasta una llave y estiro una de mi piernas. Curiosamente mis pierna cabe y entonces la llave se expande y quepo entera. Me deslizo por un tobogán y llego hasta el subterráneo del edificio al cual me dirigía.

Allí abajo todo es de cemento, pero no hace frío. Además, hay diversos cuartos con cortinas negras que sirven para que no se vea cuando uno se baña. Cuando me dispongo a entrar a uno de ellos, escucho la conversación de dos hombres que planean correrme las cortinas cuando esté desnuda. Me molesta tanto su actitud que los increpo y les advierto que si se atreven a hacerlo, se las verán conmigo.

Entro a la pieza y comienzo a correr las telas, pero las recojo tanto que sólo un diminuto espacio queda para poder jabonarme.