25 mayo 2006

Una muerte estúpida

Camino del Metro a mi casa, encuentro a mi pololo botado en una esquina. Está muerto de curado y yo, molesta, lo recojo y lo llevo hasta mi depto. Allí le sirvo un café y espero a que se le pase la borrachera.

Una vez repuesto, lo increpo, pero él no me responde.

Voy hacia mi habitación y está llena de agua limpia, prístina. Mi hermana me mira y está contenta. Nado y mi pieza se hace mucho más grande de lo que es comúnmente.

En otra parte del sueño, ella -mi hermana- me pide que le regale un pececito. Se lo compro. Es rojo con blanco, chiquito y redondo. Lo pongo en un acuario y lo llevo hasta la pieza de mi mamá. Entonces lo dejo sobre la tele para que cuando llegue, se encuentre con esa sorpresa.

Sin embargo, alguien saca la pescera y mete al pez en una jaula. Cuando me doy cuenta, el pobre está saltando. Intento devolverlo a su hábitat, pero ya es tarde: el pez murió.

Enojada reclamo quién fue el tonto que dejó al pescado fuera del agua. Nadie responde.