05 enero 2006

Festín de helados


Nos reunimos un grupo grande de amigos y fuimos a tomar helados y juguitos con la maravillosa fortuna de llegar a una heladería de gente muy simpática. Allí nos dijeron que no atendían por dinero, sino que por hacer feliz a los clientes y nos aseguraron que podíamos pedir todo lo que quisiéramos.

Sonreímos ampliamente y comenzamos a pedir con timidez. Al comienzo sólo pedí un jugo de naranja, pero que tenía por nombre Ahoyantao o algo por el estilo. La alegría iba aumentando rápidamente y comenzamos a pedir unos platos grandes y hondos con mucho helado. Habían de todos los colores: morados, blancuscos, lilas son los que más recuerdo.

Mi papá tomó al comienzo del helado más banquecino, mientras que a mi me tocó uno morado oscuro. Mi mamá pidió siempre jugos y mi hermana creo que se afanó con los helados.

Cuando ya no podíamos más, me di cuenta de que había mucha gente atendiendo con la idea de hacer feliz a los consumidores y me llamó la atención la cara de un muchacho oriental de melena castaña. Él tenía el rostro de mi mamá (que no es el que ella tiene en la realidad) y esa misma cara estaba impresa en un helado celeste.

Salimos del subterráneo donde se ubicaba la heladería y me encuentro con una chica muy bella. Tiene los cabellos largos, crespos y rubios, usa un pañuelo de colores en la cabeza -en el que predomina el celeste y el naranjo-. Usa una polera suelta, estampada y una falda amplia de color verde claro. Parece que anda sin calzón y se le trasluce todo. Pregunta porqué me impactó tanto la felicidad de aquellas personas... sabe que es un sueño y me insiste en el motivo de mi alegría.

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